lunes, noviembre 11

Un reino para dar

Un cuento nos narra la historia de un reino muy lejano, gobernado por un rey justo y sabio. Su hijo, el príncipe heredero, era avaricioso y orgulloso, le gustaba el poder, siempre conseguía lo que quería sin importarle la manera de alcanzarlo.
 Durante un viaje en el que el príncipe había partido con varios barcos llenos de hombres a la conquista de los reinos vecinos y sus tesoros, el rey cayó enfermo. La situación se complicó, el rey no sobreviviría a la enfermedad por lo que enviaron a un mensajero en busca del príncipe, con el siguiente escrito: “El rey está muy enfermo, vuelve inmediatamente”.
  Pasaron los días y el rey empeoraba, cuando él sintió que había llegado su momento mando llamar a su siervo más fiel, aquel que le había acompañado toda la vida sirviéndole con honestidad y amor, demostrándole prudencia, inteligencia, saber estar, saber actuar, y le dijo:
-He estado pensando largo y tendido, he llegado a la conclusión que tú debes sucederme, tú eres la persona que debe reinar tras mi muerte.
-Pero señor, no puede ser, yo solo soy un siervo.
-Nada de eso, me has dado muestras siempre de grandeza y gran capacidad -contesto el rey
Trajeron un pergamino real, sobre el que escribió su voluntad. En él le cedía el reino con todas sus posesiones, sus tierras, tesoros, personas… con todo el poder del reino, poniéndole el sello real se lo entrego al siervo.  Nada más cogerlo, el siervo pudo sentir el peso del pergamino, lo que había en él, “todo un reino”. En ese mismo momento el rey murió.
  Se oyeron a lo lejos las alarmas, avisaban de la llegada de los barcos con el príncipe de vuelta. La noche era cerrada, con una gran tormenta, no se veía nada. El siervo enrolló el pergamino y lo guardo bajo su ropa, saliendo con un paje a toda prisa hacia el faro, debían encenderlo o los barcos chocarían con el arrecife y morirían muchas personas. Al llega, el paje intentó encender el faro pero la mecha estaba húmeda y las cerillas no conseguían encenderla.
-Rápido necesito papel, algo que pueda quemar -decía el paje.
El siervo le escuchaba a la vez que sentía el papiro bajo sus ropas, notaba todo el reino tocando su piel.
-Rápido, necesito cualquier cosa para encender la mecha, las cerillas no son suficiente, rápido, rápido, van a morir muchas personas -volvió a decir el paje.
El siervo tocaba el papiro, como pesaba, en su mano sentía como cogía el papel….

…….

 La pregunta es: ¿Qué habrías hecho tú? ¿Habrías dejado que se hubieran chocado todos los barcos contra el arrecife, consiguiendo el reino? ¿O hubieras dado el pergamino para poder encender con él la mecha, salvando la vida de todas las personas, perdiendo así el reino y continuando como siervo?
 Pienso que todos los días pasamos por una situación parecida, en la que tenemos que decidir si damos nuestro reino o no. Son muchas las situaciones que se nos presentan en la que podemos dar a otra persona palabras de comprensión y amistad, tiempo, conocimientos, un abrazo, apoyo…  en definitiva nuestro reino, a las personas de nuestro entorno que lo necesitan. Generalmente vemos estas situaciones, aunque por pereza, prisa, pensamientos que nos dicen que no sirve para nada, o que haremos el ridículo, finalmente no hacemos nada, dejando escapar la oportunidad de dar nuestro reino.
 Este reino es el que cada cual tiene en verdad, sin querer aparentar o dar otra cosa porque piensa que no es suficiente, puesto que el que da lo que tiene, su reino, con la intención de ayudar, de aportar, no puede pedírsele nada más, ni le pueden juzgar los demás, ni uno mismo debe juzgarse. Además he podido comprobar que palabras y acciones que parecen pequeñas e insignificantes, para la persona que se le da, son enormes, ayudándole mucho.
 Lo bueno que tiene este reino es que al contrario que el reino del cuento, si lo entregas no lo pierdes, pues viene de vuelta multiplicado con sensaciones hermosas, llenando nuestro espíritu de fuerza, llenándonos de bienestar.
En la parábola de los talentos, que ponemos el video a continuación, se explica con gran sencillez como todos disponemos de talentos, dones o capacidades únicas, nuestro DEBER es reconocerlos, desarrollarlos y compartirlos, la forma de hacerlos crecer es dándolos, compartiéndolos con los demás. Si dejamos nuestros talentos sin utilizar, se convierte en algo inútil, que no sirve para nada ni nadie, y finalmente se pierden. Al entregarlos, los desarrollamos, creciendo en todos los aspectos, convirtiendo lo que hacemos en un trabajo de servicio, útil y necesario tanto para nuestra evolución como para la evolución de los demás. Atrayendo la prosperidad material y espiritual a nuestras vidas al cumplir con nuestro  Dharma o deber en la vida, al desarrollar nuestras potencialidades e ir realizando nuestro yo esencial. De esta manera a través de nuestras acciones, allí donde estemos, hacemos de este mundo un lugar mejor.

Hay una frase muy hermosa que lo describe muy bien:
“Quien no VIVE para servir, no sirve para VIVIR”.

Por favor, Ser felices.




Sergio Cambra.

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