martes, abril 22

Cuento



Esta ciudad no estaba habitada por personas, como todas las demás ciudades del planeta. Esta ciudad estaba habitada por pozos. Pozos vivientes… pero pozos al fin. Los pozos se diferenciaban entre sí, no sólo por el lugar en el que estaban excavados sino también por el brocal (la abertura que los conectaba con el exterior).

Había pozos pudientes y ostentosos con brocales de mármol y de metales preciosos; pozos humildes de ladrillo y madera y algunos otros más pobres, con simples agujeros pelados que se abrían en la tierra. La comunicación entre los habitantes de la ciudad era de brocal a brocal y las noticias cundían rápidamente, de punta a punta del poblado.

Un día llegó a la ciudad una “moda” que seguramente había nacido en algún pueblito humano: La nueva idea señalaba que todo ser viviente que se precie debería cuidar mucho más lo interior que lo exterior. Lo importante no es lo superficial sino el contenido. Así fue cómo los pozos empezaron a llenarse de cosas. Algunos se llenaban de joyas, monedas de oro y piedras preciosas. Otros, más prácticos, se llenaron de electrodomésticos y aparatos mecánicos. Algunos más, optaron por el arte, y fueron llenándose de pinturas, pianos de cola y sofisticadas esculturas posmodernas. Finalmente los intelectuales se llenaron de libros, de manifiestos ideológicos y de revistas especializadas.

Pasó el tiempo. La mayoría de los pozos se llenaron a tal punto que ya no pudieron incorporar nada más. Los pozos no eran todos iguales, así que, si bien algunos se conformaron, hubo otros que pensaron que debían hacer algo para seguir metiendo cosas en su interior… Alguno de ellos fue el primero: En lugar de apretar el contenido, se le ocurrió aumentar su capacidad ensanchándose.

No pasó mucho tiempo antes de que la idea fuera imitada, todos los pozos gastaban gran parte de sus energías en ensancharse para poder hacer más espacio en su interior.

Un pozo, pequeño y alejado del centro de la ciudad, empezó a ver a sus camaradas ensanchándose desmedidamente. El pensó que si seguían hinchándose de tal manera, pronto se confundirían los bordes y cada uno perdería su identidad…

Quizás a partir de esta idea se le ocurrió que otra manera de aumentar su capacidad era crecer, pero no a lo ancho sino hacia lo profundo. Hacerse más hondo en lugar de más ancho. Pronto se dio cuenta que todo lo que tenía dentro de él le imposibilitaba la tarea de profundizar. Si quería ser más profundo debía vaciarse de todo contenido…

Al principio tuvo miedo al vacío, pero luego, cuando vio que no había otra posibilidad, lo hizo.
Vacío de posesiones, el pozo empezó a volverse profundo, mientras los demás se apoderaban de las cosas de las que él se había deshecho. Un día , sorpresivamente el pozo que crecía hacia adentro tuvo una sorpresa. Adentro, muy adentro , y muy en el fondo encontró agua. Nunca antes otro pozo había encontrado agua.

El pozo superó la sorpresa y empezó a jugar con el agua del fondo, humedeciendo las paredes, salpicando los bordes y por último sacando agua hacia fuera. La ciudad nunca había sido regada más que por la lluvia, que de hecho era bastante escasa, así que la tierra alrededor del pozo, revitalizada por el agua, empezó a despertar. Las semillas de sus entrañas, brotaron en pasto, en tréboles, en flores, y en troquitos endebles que se volvieron árboles después.

La vida explotó en colores alrededor del alejado pozo al que empezaron a llamar “El Vergel”.
Todos le preguntaban cómo había conseguido el milagro.

-Ningún milagro – contestaba el Vergel – hay que buscar en el interior, hacia lo profundo..

Muchos quisieron seguir el ejemplo del Vergel, pero desandaron la idea cuando se dieron cuenta de que para ir más profundo debían vaciarse. Siguieron ensanchándose cada vez más para llenarse de más y más cosas…

En la otra punta de la ciudad, otro pozo, decidió correr también el riesgo del vacío…
Y también empezó a profundizar…
Y también llegó al agua…
Y también salpicó hacia fuera creando un segundo oasis verde en el pueblo…

- ¿Que harás cuando se termine el agua? – le preguntaban.

- No sé lo que pasará – contestaba – Pero, por ahora, cuánto más agua saco, más agua hay.

Pasaron unos cuantos meses antes del gran descubrimiento. Un día, casi por casualidad, los dos pozos se dieron cuenta de que el agua que habían encontrado en el fondo de sí mismos era la misma. Que el mismo río subterráneo que pasaba por uno inundaba la profundidad del otro.

Se dieron cuenta de que se abría para ellos una nueva vida. No sólo podían comunicarse, de brocal a brocal, superficialmente, como todos los demás, sino que la búsqueda les había deparado un nuevo y secreto punto de contacto: La comunicación profunda que sólo consiguen entre sí, aquellos que tienen el coraje de vaciarse de contenidos y buscar en lo profundo de su ser lo que tienen para dar.

“Cuentos para pensar” de Jorge Bucay

jueves, abril 10

Mi muro



Estos días me toca hacer un muro con mi padre, si, si, un muro de toda la vida en la casita. Ahora habrá mucho whatsapp, facebooks y twitters pero el cemento se tiene que pastar como hace siglos, y cansa. La verdad es que no me puedo quejar, es un trabajo agradecido, ves el cambio día a día de no haber “nada” a haber “algo”, y ese algo encima es un muro ¡ni más ni menos!. Paso un rato entretenido con mi padre y encima me pongo moreno ¿Qué más puedo pedir?

¿Y todo esto del muro que tendrá que ver con el yoga? Pues todo, así de simple. Todo es yoga, todo nos puede servir para sentir nuestro “ser” o la esencia de lo que somos realmente. ¿Acaso solo te sientes cuando las condiciones son favorables? ¿Solo cuando estás en una clase de yoga fresquito con ropa cómoda y un ambiente agradable? Pues es exactamente lo mismo que estar dando el callo bajo el solarro. Todo es yoga.

Hay una frase fácil de entender pero difícil de asimilar (o no) que dice “lo importante no es lo que haces sino como lo haces”, bien entendida esta frase es revolucionaria. Puede que hayamos estado mirando mucho tiempo al lugar equivocado. Estamos muy preocupados por lo que hacemos (y muy intrigados por lo que hacen los demás) pero el como lo hacemos ya es otro asunto, mientras se haga el “como” nos da igual. Y así vivimos, haciendo una cosa mientras pensamos en otra, y al final no hacemos bien ni lo uno ni lo otro...

Volviendo a mi muro ¿Qué tiene de especial? Pues todo y nada, para mi puede ser un fastidio, un trabajo en el que estoy todo el rato mirando la hora esperando que pase el tiempo para parar, una perdida de tiempo por la que ni me pagan o por el contrario, puede ser una actividad para estar consciente, para descubrir mi ser, puedo estar presente, sabiendo que hago en cada momento. Puedo plantearlo incluso como ejercicio al aire libre o un momento padre hijo que algún día echaré de menos. Y es el mismo muro en ambos casos. Todo depende de mi, siempre dependerá de mi.  

Dejemos de dar tanta importancia a lo que hacemos y empecemos a fijarnos en como lo hacemos, todo lo que nos sucede al día es una oportunidad para estar presentes y conscientes, no la desaprovechemos. Como diría Sergio “por favor ser felices”

Jose Gramage