Aunque hoy en día parezca increíble,
cuando Elizabeth Kübler-Ross trabajaba en los hospitales europeos y
norteamericanos había poca o nula sensibilidad al hecho de que los
pacientes terminales necesitan ayuda psicológica y emocional para
afrontar la última pérdida, la de sus propias vidas. Los pacientes
desahuciados morían solos, apartados en habitaciones aisladas. Cuenta
Elizabeth que el interés que sentía hacia estos pacientes se disparó
cuando en los pasillos del hospital se dio cuenta del extraño efecto que
una señora de la limpieza afroamericana tenía sobre muchos de los
pacientes más gravemente enfermos de la planta. Cada vez que ella salía
de alguna de las habitaciones, la doctora Kübler-Ross comprobaba que los
pacientes habían cambiado su actitud hacia la enfermedad de forma
significativa. Quiso conocer el secreto de esa mujer humilde, que no
había terminado sus estudios escolares pero que parecía albergar una
clave importante.
Un día se cruzaron en el pasillo.
Elizabeth, impaciente y brusca, se dirigió a la mujer de forma casi
agresiva: “¿Qué está usted haciendo con mis pacientes?”. Naturalmente la
mujer se puso a la defensiva. “Sólo estoy fregando los suelos”, dijo de
manera educada y se fue. Durante las siguientes dos semanas la doctora y
la señora de la limpieza se vigilaron con desconfianza. Finalmente, una
tarde la mujer se plantó frente a la doctora en el pasillo y la
arrastró hacia la sala de enfermeras. Elizabeth recuerda en sus memorias
esa imagen curiosa, la de una mujer humilde arrastrando a una profesora
de psiquiatría amparada por su bata blanca.
Cuando estuvieron completamente a solas,
cuando nadie podía oírles, la mujer relató su vida trágica: había
crecido en el sur de Chicago, en la pobreza y la miseria, en un hogar
sin calefacción ni agua caliente donde los niños estaban crónicamente
desnutridos y enfermos. Como la mayor parte de las personas pobres, ella
no tenía forma de defenderse contra la enfermedad y el hambre que los
azotaban. Un día, su hijo de 3 años enfermó gravemente de neumonía. Lo
llevó al servicio de urgencias del hospital local, pero les debía diez
dólares y la rechazaron. Desesperada, caminó hasta un hospital donde
estaban obligados a atender a personas sin recursos.
Por desgracia ese hospital estaba lleno
de personas como ella, personas que necesitaban urgentemente ayuda
médica. Le dijeron que esperase. Tras varias horas de espera vio cómo su
hijo se ahogaba y finalmente murió en sus brazos.
Cuenta la doctora Kübler-Ross que era
imposible no sentir lástima por la terrible pérdida de esa mujer. Pero
lo que más le llamó la atención fue la forma en la que ella contó su
historia. Estaba profundamente triste, pero en ello no había
negatividad, reproches o amargura. Emanaba una paz que asombró a la
doctora. Cuenta Elizabeth que se sintió entonces como una alumna que
miraba a la maestra.
Entonces la mujer reveló su supuesto
secreto, con voz serena y directa: “A veces entro en las habitaciones de
estos pacientes y veo que simplemente están aterrorizados y que no
tienen con quien hablar. Así que yo me acerco a ellos. A veces les toco
las manos y les digo que no se preocupen, que no es tan terrible, que
estoy con ellos, que he estado allí”. Poco tiempo después, Elizabeth
Kübler-Ross consiguió que esa mujer dejase de fregar los pasillos y se
convirtiese en su primer asistente, la que daba el apoyo necesario a los
pacientes cuando ya nadie más lo hacía. Eso en sí mismo se convirtió en
una lección de vida que intentó comunicar sin cesar: no necesitamos un
gurú especial o un gran experto para crecer y ayudar a los demás. Los
maestros asumen distintas formas: pueden ser niños, pueden ser enfermos
terminales, pueden ser la señora de la limpieza. Todas las teorías y la
ciencia del mundo, decía, no pueden ayudar tanto como un ser humano que
no tiene miedo de abrir su corazón a otro ser.
Extraído del libro “Inocencia radical”
de Elsa Punset, una emotiva historia de la doctora Elizabeth Kübler-Ross
(1926-2004) experta en personas moribundas y cuidados paliativos,
creadora de las cinco etapas del duelo
Elizabeth Kübler-Ross (Zúrich 1926 – Arizona 2004)
No hay comentarios:
Publicar un comentario